El Museo Nacional de Antropología en Chapultepec

El Museo Nacional de Antropología en Chapultepec

En 1940, una vez concluido el traslado del acervo histórico al Castillo de Chapultepec, el entonces Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnografía cambió su nombre a Museo Nacional de Antropología, quedando en exhibición solamente lo relativo a la antropología y arqueología nacionales. A partir de ese año fue el momento oportuno no solo para reacondicionar los espacios y renovar la museografía, sino también para una profunda reflexión sobre la misión, la vocación y el objetivo de la antropología mexicana y a su vez para replantear el discurso y el papel de los museos en la vida nacional.

Con estas ideas en mente, el entonces Secretario de Educación Pública, Jaime Torres Bodet, se empeñó en impulsar la creación de una red de museos que sirvieran como una herramienta educativa al alcance de todos. A la apertura del Museo Nacional de Historia le siguieron el Museo Nacional del Virreinato, el Museo de Arte Moderno y se propuso la necesidad de una nueva sede para el Museo Nacional de Antropología. Las aspiraciones de Bodet se vieron concretadas cuando, en 1960, el presidente Adolfo López Mateos decidió aprobar su construcción en la zona de Chapultepec, en donde contaría con “una extraordinaria afluencia de visitantes nacionales y extranjeros, para cumplir con su misión social, científica, educativa y de atractivo popular, en mejores condiciones de las que había prevalecido”.

Así, en 1961 se formó el Consejo Consultivo de Planeación e Instalación del Museo Nacional de Antropología. El proyecto arquitectónico y la dirección de la obra estuvo a cargo de Pedro Ramírez Vázquez; Luis Aveleyra fue nombrado coordinador de planeación e Ignacio Marquina fungió como presidente de consejo. De manera inicial el consejo estuvo integrado por 41 personas divididas en cinco equipos. El equipo administrativo fue coordinado por Zita Basich, la planeación museográfica por Iker Larrauri, la producción de maquetas y dioramas por Carmen Antúnez, la asesoría pedagógica por Evangelina Arana, y 17 antropólogos fueron encargados de asesorar y concebir los guiones preliminares para las exposiciones.

El reto más grande, sin lugar a dudas, fue la construcción del recinto. En su diseño se materializó el respeto a la tradición de los pueblos prehispánicos, al tiempo que se aplicaron soluciones nuevas y en armonía con materiales y técnicas contemporáneas. Una de las preocupaciones del arquitecto Ramírez Vázquez fue la circulación de los visitantes, quería evitar a toda costa que el recorrido del museo fuera continuo, por el contrario, buscaba espacios abiertos que permitieran al público elegir su recorrido y a la vez brindaran la oportunidad de disfrutar la atmósfera del bosque de Chapultepec. Para ello optó por un gran patio central que ofrecía la posibilidad de circular libremente para entrar a cualquiera de las salas y en cuyo centro se disponían espacios de descanso y esparcimiento. El patio posee dos espacios diferenciados, el primero fue decorado con un estanque al aire libre, como recuerdo del pasado lacustre de la cuenca de México, mientras que, en el otro extremo, para resguardar al público de la lluvia, se ideó la solución más simple, obvia y ambiciosa del proyecto: un paraguas.

El Paraguas es, sin duda, la obra arquitectónica más sobresaliente de todo el recinto. Su monumental estructura superior permite sentir toda la dimensión del lugar. Su columna fue revestida en bronce con un relieve escultórico hecho por los hermanos Chávez Morado cuyo diseño se basó en el concepto y guion de Jaime Torres Bodet. La composición se titula Imagen de México y sus formas plasman, por un lado, la conjunción de la cosmovisión mesoamericana e hispana que dio como resultado al país que hoy es México y, por otro, la visión hacia el futuro de la nación.

En los muros del museo gravitan muchos otros elementos arquitectónicos que son reminiscencias de la gran monumentalidad de los pueblos precolombinos. Ejemplos claros son el diseño de la fachada de las salas basado en el Cuadrángulo de las Monjas de Uxmal para crear una serie de volúmenes independientes alrededor del patio; o los muros de la sala Mexica recubiertos de tezontle, piedra volcánica rojiza que los antiguos mexicas usaban en la construcción; o la celosía de aluminio inspirada en la figura de las serpientes, un animal de gran carga simbólica para las culturas prehispánicas, diseñadas de forma abstracta y geométrica por el escultor Manuel Felguérez.

Como parte de la museografía, Torres Bodet sugirió la inclusión de obras de arte. Se trataba de pinturas y murales realizados por algunos de los artistas más reconocidos del momento tales como Rufino Tamayo, Carlos Mérida, Leonora Carrington, Pablo O´Higgins, Luis Covarrubias, Arturo Estrada, Arturo García Bustos, Adolfo Mexiac, Raúl Anguiano, Iker Larrauri, Rina Lazo, Antonieta Castilla, Fanny Rabel, Violetta Swann, Ramón Vinyes y Regina Raull. La intención era que a través de las pinturas se visualizara el contexto de los objetos, la ubicación en el espacio geográfico de quienes lo construyeron o la dimensión de las ciudades prehispánicas. Así tenemos La llegada del hombre al continente americano, de Iker Larrauri, los mapas de Covarrubias, Vida aldeana en el Preclásico, de Jacobo Rodríguez, o la representación del Juego de Pelota, de Alfredo Zalce.

La inauguración del Museo Nacional de Antropología el 17 de septiembre de 1964 fue un evento extraordinario en el ámbito cultural mexicano. A nivel internacional el museo deslumbró como símbolo de desarrollo, modernidad y vanguardia en todos los sentidos: en la investigación antropológica, en la arquitectura, en la museografía y en las herramientas comunicativas con el público. A poco más de medio siglo de creación, el Museo Nacional de Antropología es reconocido como uno de los recintos más emblemáticos para la salvaguarda del legado indígena de México. Es un símbolo de identidad y un mentor para las generaciones que buscan sus raíces culturales.