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El entierro de un niño en el pueblito de la Laguna cerca de Lagos
El Museo Mexicano

Una persona de Lagos nos ha referido esta ceremonia religiosa, y sus pormenores no los creemos desnudos de interés:

 

“Desde varios puntos de la ciudad de San Juan de los Lagos, se distingue el pueblito de la Laguna, con sus casas ruines y esparcidas, al borde de las aguas, como una parvada de ánsares. La iglesita sobresale apenas, merced al moderno campanario: antiguamente las campanas se hallaban suspendidas a las ramas de un árbol frondoso que estaba a la puerta del templo, lo que hacía más rústico su aspecto. El interior de este, la tarde a que quiero referirme, estaba aseado, y las flores naturales en ramos incensaban con su perfume los altares.

Serían las cinco y media de la tarde, cuando llegó a la iglesia la comitiva, que conducía el cadáver de un niño; luego que la concurrencia, que era innumerable, pisó la puerta, abrió paso el que conducía el cadáver, y se agrupó tras él formando un círculo al frente del niño. Cuando esta evolución terminó, quedó sola, desprendida de la concurrencia, y en actitud doliente, una mujer, y aguardó silenciosa, clavada como una estatua en el quicio de la puerta algún tiempo, mientras preparaban el sepulcro.

Después se abrió en dos hileras en el concurso, y con la solemnidad de las pasiones sublimes, atravesó paso a paso la infeliz madre, hasta tocar el sepulcro del niño. Formóle un nicho de menuda arena, escogida por ella misma de la orilla del río, y que no profana la planta del hombre, y aderezó su sepulcro como en otro tiempo su hamaca en que lo arrullaba cantando; hizo su bordo con la arena como una almohada, y con las manos unidas formó el hueco donde debía descansar la cabeza del niño, como para comunicar blandura a la tierra. 

Después, siempre murmurando un canto interrumpido por intensos sollozos, tal vez solo comprendidos por ella, regó con lirios blancos, de los cuales llevaba un cesto otra mujer que la acompañaba, y su canto era más y más tierno y sus lágrimas abundantes. Enseguida recostó al niño sobre las flores, puso en orden su cabello; arregló con mucho cuidado su vestido, esparció sobre el cuerpo el resto de las flores, y el lirio que dejó sobre la frente del niño estaba marchito con sus besos y con sus lágrimas”.

 

 

El Museo Mexicano o
Miscelánea de Amenidades Curiosas e Instructivas
Tomo III, 1844