PIEZA DEL MES ARQUEOLOGÍA

FEBRERO 2018

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Número de Catálogo: 05.0-01389


La tejedora de Jaina


Jaina se localiza en la costa norte de Campeche, rodeada por manglares; es una isla artificial construida con sascab o “tierra blanca” y fue habitada desde el periodo Clásico Tardío al Posclásico Temprano (600 a 1100 d.C.).

A través de Jaina circularon objetos elaborados en concha y jadeíta, así como cerámica de Chiapas, el centro de Veracruz y Tabasco. Entre estas últimas destacan las figuras de barro que acompañaban a los muertos en su camino al inframundo, dichas imágenes retrataban escenas de la vida cotidiana y su diversidad social: dignatarios, mujeres nobles, guerreros, ancianas, enanos y seres fantásticos. Una de éstas representa a una tejedora.

Para el mundo indígena el tejido es un acto de creación en cuyo telar se urde pacientemente el portal que se abre al Universo mítico. Los motivos que brotan de las manos de la tejedora establecen lazos de comunión con los abuelos.

El telar de cintura no ha variado a lo largo de 1500 años como muestra la tejedora, a quien observamos absorta en su labor, acompañada por un colibrí que curioso bate las alas. Esta escena es cotidiana entre las mujeres indígenas que habitan los Altos de Chiapas y Guatemala, quienes mantienen viva la tradición.

La trama del hilo se tensa mediante una vara en cada extremo del telar, cuya “cabeza” se fija a un árbol o al horcón de la casa. La cuerda que lo une al telar se denomina yuqu’ o “cordón umbilical”. El otro extremo cuenta con un cinturón ajustado a la cadera para tensar urdimbre. Al mover la cadera cambia la posición de los hilos con ayuda del rollo separador o “corazón” y el chocoyo, que facilitan el paso de la bobina; este movimiento representa el alumbramiento. Ixchel es diosa de Luna, quien enseñó el oficio del tejido y es numen del parto.

La tejedora de Jaina también conduce hacia los mitos de origen. Un relato recuerda que en el tiempo en que aún no había tiempo, el Señor de la Tierra habitaba una cueva con su nieta, la Doncella Luna. En aquel paraje vivía también Sol Escondido, un joven guerrero y hábil cazador de venados. En una ocasión pasó frente a la cueva y vio a Doncella Luna sentada frente al telar; quedó seducido por la serenidad de su belleza y urdió una treta para llamar su atención. El abuelo advirtió las intenciones y prohibió a la nieta hablar con Sol Escondido. Éste se transfiguró en colibrí para acercarse a libar el néctar de las flores de tabaco que crecían alrededor de la tejedora. Doncella Luna se sintió atraída por la danza del pajarito y pidió a su abuelo atraparlo. El Señor de la Tierra disparó su cerbatana y el colibrí cayó aturdido. Doncella Luna lo recogió y guardó bajo su enredo. Por la noche, Sol Escondido recobró su figura y persuadió a Doncella Luna que se fugara con él.

Cuando el Señor de la Tierra se enteró, la pareja ya estaba lejos. El abuelo escudriñó en su espejo de obsidiana sobre el paradero de los enamorados, pero Sol Escondido lo cubrió de hollín para evitar que los descubriera. El anciano pidió ayuda a su hermano Señor Rayo, quien lanzó un relámpago sobre el cayuco en que huían. Sol Escondido se transformó en tortuga esquivando la centella y Doncella Luna en cangrejo; ella no pudo evitarla y murió. Desconsolado, Sol Escondido recogió sus restos con ayuda de las libélulas distribuyéndolos en trece troncos; transcurridos trece días los abrió dejando escapar toda suerte de insectos. Sin embargo, del treceavo tronco surgió radiante Doncella Luna, a quien un venado pateo con su pezuña en el vientre y fue así como se formó su sexo. Sol Escondido la amó intensamente y depositó en ella, las semillas de un nuevo tiempo.

La tejedora de Jaina formó parte de aquel Universo alegórico; una naturaleza animada y cargada de poder capaz de personificarse. Un mundo ordenado y protegido por las divinidades, cuya relación entre hombres y fuerzas del cosmos se regía por el principio de reciprocidad: la ofrenda. Quizá por ello la tejedora no debe permitir que un niño, por descuido o por juego, pase bajo el telar, pues su sombra quedaría atrapada en el tejido.

Arqlgo. Daniel Juárez Cossío
Curador-investigador, MNA