OCTUBRE 2019
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Número de Catálogo: 09.0-02465
Esta escultura zoomorfa fue descubierta gracias a las exploraciones que emprendió el arqueólogo Jorge Acosta en el complejo del Quetzalpapálotl, ubicado en el centro ceremonial de la antigua ciudad de Teotihuacan.
Fue elaborada con una roca carbonatada llamada travertino que suele confundirse con el alabastro egipcio. Varios historiadores del arte prefieren usar el término tecali, aunque eso no significa que la materia prima proceda del estado de Puebla. Por su singular tonalidad verdosa, el bloque de travertino original debió haberse extraído de una cantera de la Mixteca Alta oaxaqueña.
La escultura tiene la forma de un jaguar agazapado con fauces abiertas y la lengua de fuera. Los artesanos que la elaboraron delinearon sus rasgos mediante finas acanaladuras como las que se observan en sus patas delanteras: líneas en zigzag esgrafiadas que terminan en una espiral. Acosta pensaba que estas formas podrían representar un caracol cortado transversalmente, mientras que los dos abultamientos laterales sobre su cabeza –que serían las orejas– le parecían un penacho, como los que se ven en casi todas las representaciones de felinos en las pinturas murales teotihuacanas.
Otra característica excepcional de esta escultura es que es una de las pocas halladas en Teotihuacan que presenta glifos calendáricos. El más sobresaliente –el glifo Xi– está en la parte trasera.
El jaguar cobró gran relevancia en Teotihuacan a pesar de que nunca fue parte de su fauna local. Su imagen, probablemente importada de las lejanas tierras mayas, confería jerarquía y poder a sus gobernantes y a sus espacios sagrados.
Mtro. Edgar Ariel Rosales
Curador-investigador, MNA